lunes, 29 de noviembre de 2010

Días de escuela

¿Sabíais que en España no es obligatorio escolarizar a los niños hasta los 6 años? En mi afán de no conformarme nunca con lo establecido y comúnmente aceptado, este descubrimiento me ha hecho pensar mucho.


Lo "normal" hoy en día es llevar a los niños a la guardería con 4 meses, un año como mucho. Y los papás, a producir para que siga engordando el Capital. Entiendo que estos "aparcamientos infantiles" son una buena solución para los padres que trabajan, al menos a corto plazo. Pero no es, en absoluto,  bueno para los bebés. Está más que demostrado científicamente que, hasta los 2 ó 3 años, lo que necesitan es atención total (una cuidadora con 15 bebés, lo veo difícil), un entorno seguro y el amor y la cercanía de sus padres. Por eso me rebelé contra la norma existente y pasé olímpicamente de llevar a Leo a la guardería. Cada dos por tres alguien me pregunta "¿pero lo llevas ya a la guardería?", como si no hubiese más opciones. Pero las hay: excedencia, reducción de jornada,... Cuestan dinero, sí, pero también las guarderías. Y además son sólo 3 años, y lo haces por tu hijo. 

Hasta aquí lo he tenido muy claro. Pero ahora se acerca el momento de buscar colegio (en abril ya), y me ha dado por pensar en el asunto. Yo creía que esto era inapelable, lo que tocaba hacer: a los 3 años, al cole. Y resulta que no. Hay varias alternativas que desconocía, así que me he estado informando. Porque saber nos hará libres...

1.- En Finlandia la educación obligatoria comienza a los 7 años. Pero allí de verdad. Hay guarderías y centros de cuidado familiar (con 4 ó 5 niños por cuidador), pero se potencia que sea la madre (o padre) quien cuide del niño hasta esa edad, con ayudas económicas reales. Por lo tanto, con 7 años, la mayoría de los finlandeses no sabe leer (horror!), pero en dos años ya lo hacen mejor que los españoles de su edad. El famoso informe PISA pone su nota más alta al sistema educativo finlandés. ¿Tendrá que ver esa larga etapa en el nido: sin obligaciones, sin madrugones, sin tener que aprender las letras y los números y a pintar dentro de los márgenes?



2.- Pero yo vivo en España. ¿Qué alternativas tengo? El sábado participé en una charla sobre la educación alternativa en mi ciudad (Zaragoza). La organizaron unos estudiantes de magisterio y fue muy interesante, porque vinieron padres que han optado por otros caminos al margen de la escolarización reglada y contaron sus experiencias.

La primera en hablar fue una madre de tres hijos, que ahora tienen 12, 10 y 6 años. Ella vive en un barrio rural, casi un pueblo, y sí que escolarizó a su primer hijo. La escuela del barrio era pequeña, con niños de distintas edades estudiando juntos... El ambiente le gustaba, pero dice que el niño se empezó a aburrir. Porque no nos engañemos. En el colegio también juegan, pero no hay demasiada libertad. Tienen su hora de pintar, su hora de correr, su hora de los disfraces, y al que se sale de ahí lo ponen "a pensar". Un maestro no puede dejar a su aire a 25 pipiolos, lo entiendo, pero no me gusta la disciplina en niños de 3 y 4 años. El caso es que esta madre, maestra de formación, decidió dejar de trabajar por cuenta ajena y empezó a educar a sus hijos en casa, o en familia como prefiere llamarlo. Respeta sus ritmos, les deja leer, cocinan juntos, salen a pasear por el campo... y también estudian, claro. Para evitar problemas legales, los tiene matriculados en la escuela a distancia Clonlara. La matrícula le cuesta unos 600 euros para los 3 niños. En teoría me parece una fórmula fantástica, pero creo que no es una opción buena para mí. No me veo capaz de enseñar materias a un niño de 10 años, y menos todavía de ser objetiva con mi propio hijo. Tampoco me gustaría dejar de trabajar por completo, necesito mi pequeño margen de autorrealización en campos más allá de la crianza.

También hay un grupo de padres que han montado una Escuela de Pedagogía Waldorf en Zaragoza. Se llama O farol, y tiene unos principios muy interesantes: tolerancia, libertad, democracia, desarrollo de la autoestima y de la empatía... Digamos que no se dedican a meterles conocimientos con embudo, sino que respetan el ritmo de cada niño y trabajan la cabeza sin descuidar el corazón. Esto ya vale más pasta, la verdad, y aunque la teoría también me gusta mucho, no me acabó de convencer para mi hijo. Yo defiendo la escuela pública, como derecho universal, y creo que estos valores deberían aplicarse allí. Esto no deja de ser un colegio privado que pocos se pueden permitir y, por lo tanto, elitista. De hecho, está dentro de una urbanización bastante pija de Zaragoza. Me parece una buena opción para padres con recursos que no estén de acuerdo con la escuela tradicional, pero no para mí.

Por último, hablaron varios padres que simplemente no han escolarizado a sus hijos porque no es obligatorio hasta los 6 años, y que se lo están pensando. Cuando llegó el momento, a los 3 años, se preguntaron por qué, para qué iban a meter a sus niños 7 horas en un colegio, cuando podían arreglarse para estar con ellos. Vamos, como el modelo finlandés pero sin suvenciones. No querían obligar a sus hijos a entrar tan pronto en las rutinasy disciplinas de la vida. Se levantan a la hora que quieren, de buen humor, corren y saltan como les da la gana, y no saben escribir. A veces les flaquea la voluntad, como cuando ven a primos y amigos de su edad desplegando sus conocimientos "escolares": sumar, restar, leer... Pero luego recuerdan que quieren otra cosa, quieren que se desarrollen como personas y, sobre todo, que sean felices. Los objetivos académicos son secundarios.

Esta opción sí que me atrae, la verdad. Casa muy bien con mi manera de pensar. Pero todavía es pronto para decidirme. La verdad es que veo a mi hijo con muchas ganas de aprender, de imitar, de conocer niños y maestros... Creo que a Leo le gustará el colegio tradicional y sus estímulos. Así que lo matricularé en abril. Buscaré un colegio público en el que entiendan que son sólo niños y donde respeten sus ritmos, a ver si hay suerte. El resto de los valores se los transmitiremos su padre y yo, que para eso estamos. Y si cuando empiece el cole no me gusta lo que le enseñan o no le gusta a él, pues entonces me lo volveré a traer a casa hasta que estemos preparados.

Espero que estas reflexiones os hayan sido útiles. Siempre hay más de una manera de hacer las cosas. Lo importante es informarse bien y elegir con conocimiento de causa lo que mejor se adapte a nuestras necesidades.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Portear es divertido




Aquí os dejo el videoclip que he hecho con Noemí y Eva de Teoyleo.com para promocionar el uso de los portabebés. ¡Aparca el carrito y lleva a tu bebé cerca del corazón!

martes, 16 de noviembre de 2010

"Aiós. teta, aiós"

A pesar de lo que pueda parecer por el título, no estoy destetando a Leo. Más quisieran algunos.

Sólo transcribo la frase con la que se ha despedido esta mañana de mí. Bueno, de mi teta. Hoy necesitaba canguro para ir a trabajar y ha venido mi padre a casa. El niño aún estaba dormido. Pero cinco minutos antes de la hora en la que debería salir por la puerta, como tantas otras veces, Leo se ha despertado.

Le he dado tetica, le he achuchado un poco y le he dicho que me tenía que ir "a ganar perricas" (expresión que se acompaña del gesto internacional del parné y que Leo imita muy bien) Normalmente se queda conforme, ahora que ya es mayor. Pero hoy se acababa de despertar y no quería entenderlo. No me soltaba de la mano, así como quien no quiere la cosa, y cuando ya me he puesto firme ha fingido caerse al suelo, el muy teatrero.

"Puuupaaa... teeetaaa...". El viejo truco. No he querido negarle el consuelo y ahí que se ha amorrado tan feliz. Seguro que pensaba: "cómo la he engatusado, ésta ya no se va..." Pobrecico mío, ójala. Le he explicado de nuevo que me tenía que ir y por fin me ha soltado. Ha mirado la teta todo serio y le ha dicho, como si pudiera entenderle, "aiós, teta, aiós". Mi padre y yo nos partíamos de la risa.

Por supuesto, siempre que llego a casa las saluda primero a ellas dos. No quiero pensar lo que respondería si le preguntásemos "¿a quién quieres más: a mamá, a papá o a las tetas?".

martes, 9 de noviembre de 2010

Saber delegar

delegar.
(Del lat. delegāre).

1. tr. Dicho de una persona: Dar a otra la jurisdicción que tiene por su dignidad u oficio, para que haga sus veces o para conferirle su representación.


De vez en cuando me gusta buscar en el diccionario el significado exacto de una palabra. Me sirve para reflexionar, como a mi detective griego favorito, el comisario Kostas Jaritos. Hoy me he parado a pensar en lo que es "delegar", a raíz de una conversación que tuve con otra madre.

Empezaré recordando que soy madre trabajadora, y que mi marido también trabaja fuera de casa. Así que antes de que naciera Leo decidimos "delegar" las principales tareas domésticas a una asistenta que viene dos horas y media a la semana. Debo decir que es el dinero mejor invertido de mi vida. Florica es fantástica, la considero una amiga, y mi casa por fin está limpia de verdad (al menos durante unas horas). Hay gente que piensa que podríamos hacerlo nosotros, que es un lujo. Ciertamente lo es. Sobre todo para mí, porque odio limpiar. Pero yo lo veo del siguiente modo: los dos trabajamos fuera de casa muchas horas y cuando llegamos a casa no tenemos ganas de ponernos a hacer las tareas del hogar. Preferimos ocuparnos del niño y descansar. Por eso hemos escogido "delegar" esa responsabilidad en otra persona y pagarle por ello.


La madre con la que hablaba el otro día también trabaja muchas horas. Más que yo, porque no se ha reducido la jornada. Tiene un trabajo que le gusta y que le da un buen sueldo, y parece que su marido está en la misma situación. Seguro que ellos también tienen asistenta, y apostaría a que va más de un día a la semana. Pero ellos no sólo han delegado sus tareas de limpieza, sino que han contratado una niñera para que se ocupe de su bebé 8 horas al día.


Que no se me enfade nadie. Me parece una opción razonable para quienes de verdad no puedan ocuparse directamente de sus hijos. Creo que para los niños es mejor tener un cuidador en exclusiva que una monitora ocupada de otros 6 bebés al mismo tiempo. Con niñera no hay que obligar al niño a madrugar, se pueden respetar mejor sus ritmos y no se expone a los mil virus de una guardería. Pero también creo que, si se tiene dinero para contratar una nanny a tiempo completo, se puede una permitir el lujo de pedir una excedencia o una reducción de jornada.

Y me diréis: pero qué retrógrada, ya está el neomachismo intentando que la mujer trabajadora vuelva al hogar. Tal vez esa madre sea una estupenda periodista de El Mundo que no quiera perderse ni un minuto de su apasionante jornada laboral, o que tenga miedo de que le pisen el puesto si se retira a segunda línea de batalla durante unos meses. Pues me da lo mismo. En el caso de la madre que empezaba esta historia, está claro que ha hecho lo que creía mejor para su hijo y para ella. No lo dudo en absoluto.


No quiero criticarla. No pienso que sea una mala madre. Sencillamente me da lástima ( y no lo digo en plan borde). Me da pena porque se está perdiendo lo mejor de la vida,según mi humilde entender. Esta mujer ha "delegado" su tarea como madre. Ha escogido su carrera profesional y se va a trabajar cada mañana contenta, satisfecha, con la tranquilidad de dejar a su hijo en buenas manos. Pero mientras ella trabaja y se autorrealiza, otra mujer está criando a su bebé. Le está despertando amorosamente por la mañana, le está dando el desayuno, está recibiendo sus sonrisas, está jugando con él, lo viste, lo pasea, lo castiga cuando se porta mal... Y no deja de ser una empleada, que hace todo eso a cambio de un salario. El niño recibe cariño, pero no es el de sus padres. Cuando éstos llegan por fin a casa, deseando verlo y/o descansar un rato, lo llaman tiempo de calidad. Creen recuperar el tiempo perdido, pero ése nunca vuelve.


Los primeros años de un niño son maravillosos, irrepetibles. Yo sacrificaría cualquier cosa, y por supuesto mi profesión, por pasar más tiempo con mi hijo. ¡Ups! De hecho, creo que ya la he sacrificado.

Una se puede realizar de muchas maneras, no es necesario trabajar para otros para sentirse mujer productiva a la vez que madre. No deleguemos las tareas de crianza, igual que no delegaríamos el sexo o las vacaciones de verano.

Las cosas buenas de la vida hay que hacerlas en persona.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Con las manos en la masa


Tener un niño pequeño es a veces como vivir en una película de Buñuel: surrealista. El género depende: a veces es una comedia de enredos, a veces una tragedia clásica. La siguiente escena tiene un poco de todo.

Empezaré diciendo que a mí me encanta cocinar, aunque casi nunca lo hago. Me refiero a cocinar de verdad, no a freír pechugas o a cocer macarrones, que es lo que preparo habitualmente. Me gusta manchar muchos cacharros, hacer salsas, encender el horno, que la casa huela a comida casera... Cuando miro los catálogos de Ikea, no me fijo en los muebles. Yo sueño con tener una cocina enorme, con una ventana que dé a un jardín y una gran mesa de madera donde preparar pasteles y magdalenas con mis muchos hijos.

Hoy me he levantado con unas ganas locas de preparar albóndigas. No sé por qué, pero así es. Mi madre y mi suegra las hacen muy buenas, y como llevan tanto trabajo nunca me pongo a ello. Creo que sólo lo he hecho 3 veces en toda mi vida. Pero se me ha metido en la cabeza que a Leo le tenían que gustar si se las hacía pequeñitas y sin salsa, y tenía que intentarlo.

Ya en el supermercado he tenido la premonición de que no era una buena idea. Estaba en la fila de la carnicería, con sólo una señora delante. Parecía que aquello iba rápido, pero me equivocaba. La señora estaba preparando por lo visto las bodas de Caná. Cada vez que le decía la dependienta "¿Quiere algo más?", yo contenía la respiración. "Sí, póngame ahora un conejo cortado así y asá". Increíble. Me he tirado más de 20 minutos esperando como una idiota, todo por mi empeño en hacer albóndigas. Cuando la carnívora estaba pidiendo el estofado de pavo he estado a punto de irme. "No es buena idea. Olvídate de las puñeteras albóndigas. No te va a dar tiempo". De un manotazo mental he espantado a mi sexto sentido.

Con mi carne picada, pan bimbo y demás en la mochila, me he dirigido contenta como unas castañuelas a buscar al niño, que se había quedado mientras con los abuelos. Aún me he permitido el lujo de tomarme una coca cola en una terraza con ellos, aprovechando el veranillo de San Martín. En este punto debo aclarar que yo entro a trabajar a las cuatro y cuarto de la tarde, y que cuando por fin me he puesto en marcha hacia casa eran ya las dos.

"Bueno, tal vez no debería hacer hoy las albóndigas". La sensatez me ha durado un suspiro, y cuando he llegado a casa (a las dos y media) ya estaba otra vez deseando meterme en harina. Tal vez debería haber recapacitado cuando he visto que el niño estaba muerto de sueño (= impertinente, irritable), pero era demasiado tarde. El huevo estaba batido.

La verdad es que preparando la masa lo hemos pasado muy bien Leo y yo. Hemos pringado un poco todo, como en mis sueños de Ikea. Pero luego el niño se ha empeñado en tirar manzanas encima de la carne picada y ha comenzado el SHOW. Yo haciendo bolas y pasándolas por harina, con las manos hechas un cristo, y el chico venga a protestar y a pedir que lo cogiera en brazos.

En esto ha llegado su padre a casa. Eran ya las tres y diez y yo estaba a medio freír la comida (y medio frita) . Mi encantador marido ha puesto mala cara cuando ha visto el percal, pero ha hecho mutis por el foro y se ha metido a la ducha. Mientras, yo seguía con el niño en brazos, enganchado a la teta, dándole la vuelta a las albóndigas con la mano izquierda (¡splash!, venga a salpicar el aceite por todos lados...). En cuanto dejaba a Leo en el suelo se ponía a llorar como un loco (¿os he dicho que tenía sueño?). Así que, con gran dolor de brazos y de corazón, lo volvía a coger. Aún así, he conseguido acabar el guiso y he recogido mínimamente el desastre. Eran las tres y media.

Mi marido, limpio y reluciente, se ha sentado a la mesa y hemos comido el primer plato (gentileza de tupperware-mamá). Leo ha probado mis "pelotitas de chicha" y le han gustado. Cuando por fin me he puesto a servir las albóndigas con tomate de nosotros los adultos, y todo parecía por fin maravilloso, la cosa se ha vuelto a torcer. Después de ponerle su plato a Javi, me he ido a servir yo con tantas prisas (y ansias, tal vez), que el plato ha salido volando contra la encimera y se ha roto en mil pedazos. ¡Horror! Algunos trozos han caído de hecho en la cacerola de mis queridas albóndigas y mi marido pretendía que las tirara todas. ¡Después de lo que me han costado! "Mira que si te tragas un trozo de plato eso es peor que el cristal", decía él. "Me da igual, aunque reviente yo las pruebo..." Encima el niño se ha asustado con el estruendo y se ha puesto a llorar de nuevo, con lo que lo he tenido que coger en brazos mientras Javi limpiaba el suelo.

Entonces han empezado los reproches. "No tenías que haberte puesto a hacer albóndigas hoy, etcétera". Yo me he tragado la furia junto con mis albóndigas "a la porcelana", porque no tenía ya tiempo ni para discutir. Seguramente no le faltaba razón, pero no por eso resulta menos desconsiderado. Lo único que a él le ha salpicado de mi empeño "albondiguil" ha sido el plato roto, y eso realmente ha sido un daño colateral. Podría haberlo hecho igual sin haber cocinado nada. Cierto es que no he podido limpiar mucho la cocina y que ahora tendrá que hacerlo él por la tarde, y que con todo el follón no le he dejado el niño dormido sino despierto y de mala leche.

Pero yo he hecho mis albóndigas con toda mi cabezonería y con todo mi amor, he sido feliz haciéndolas a pesar de los obstáculos, y creo que además estaban muy buenas.

La conclusión de toda esta película es que resulta difícil hacer lo que te apetece cuando tienes un niño pequeño y demandante, pero que no es imposible. Lo que sí es ciencia ficción es que mi marido agradezca algún detalle y que aguante 24 horas sin hacerme ningún reproche.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...