domingo, 1 de septiembre de 2013

El regreso

Hola de nuevo. Después de casi dos años sin escribir de continuo, hoy me he sacudido la pereza y he decidido retomar este blog. Quiero poner por escrito otra vez mis inquietudes, como madre y como ciudadana, para compartirlas con quien quiera. Pero primero os tengo que poner al día.

Según mis distintas aplicaciones para el móvil, me quedan 60 días para dar a luz. Estoy embarazada de 31 semanas del que será mi segundo hijo, Gabriel. Y la vida ha girado muchas veces hasta llegar a este punto, la verdad.

Hace ahora dos años tomé la decisión de separarme de mi marido, el padre de Leo. La revelación llegó clara y diáfana durante las fiestas de su pueblo: "no te quiere, no le quieres". Una vez que abres los ojos no los puedes volver a cerrar. Es igual que en Matrix. Yo no quería herirle, no quería hacer sufrir a mi hijo con una separación, pero ante todo no estaba dispuesta a conformarme con una familia solo sujeta con los lazos de la rutina y la comodidad. Mi carácter impulsivo, poco dado a pensar mucho rato en las consecuencias, me ayudó a seguir adelante con firmeza. Además, mi ahora exmarido también vio una oportunidad de mejora en nuestra separación, así que todo fue relativamente fácil.

Leo tenía dos años y medio. Aquel septiembre empezó el colegio, donde se pasó más de un mes llorando todos los días, pobrecico mío. La separación de sus padres entre sí no fue nada para él comparado con su propia separación de sus padres. Nunca había ido a la guardería, nunca había pasado tantas horas cuidado por extraños. Si juntamos las dos cosas, podemos decir que fue un otoño duro para todos.

Con la ayuda de mis padres y de Ikea, decidí marcharme yo del hipotecado piso en común. Alquilé un piso no muy lejos de su padre y del colegio, donde me tragué solita los primeros y devastadores encuentros de Leo con los virus escolares, entre otras cosas. Desde el principio llegamos a un acuerdo para que las visitas parentales fueran muy frecuentes y hoy, después de 15 días seguidos sin ver a Leo y con una morriña que no me cabe en el pecho, sigo pensando que es lo mejor que he hecho.

Hay personas que se separan porque se han enamorado de otra persona, o porque creen que van a encontrar algo mejor. Yo no. Sencillamente, no me gustaba lo que tenía, y prefería estar sola a estar mal acompañada. Mis pretensiones de cara al futuro no contemplaban encontrar al hombre de mi vida. Si acaso algún amante portentoso que me alegrara mis fines de semana alternos.

A pesar de lo agotador que es acostar sola al niño todas las noches, en aquellos meses viví una auténtica luna de miel con mi hijo. Sin tener que negociar con el otro progenitor, de talante más bien gruñón y pesimista, podía hacer las cosas a mi manera: le compré por fin la pizarra que su padre "no nos dejaba tener", decoré hasta el último rincón de la casa en Navidad, jugábamos en lugar de recoger la cocina y dormíamos juntos, felices. Leo me tenía para él solo, sin otros adultos que robaran mi atención (salvo las interminables conversaciones telefónicas con la tía Piluca).

Otra ventaja indiscutible del divorcio es que por fin tienes tiempo para ti. Dos tardes por semana y los fines de semana alternos dejaba de ser la responsable del niño. Al principio fue muy duro. Aún  le daba la teta y estábamos muy unidos, pero también creo que nos venían muy bien a los dos esas despedidas. Y cuando por fin te acostumbras te das cuenta del mundo que se abre a tus pies. Al principio me dediqué a darme laaaaargos baños, a leer, a dormir... Después volví a salir de fiesta y, oye, qué maravilla. Por mí hubiera salido a bailar en cada ocasión pero, oh amigos, resulta que pasados los treinta todo el mundo está emparejado menos tú, y los demás ya no tienen interés en cogerse una buena cogorza. ¿Pero por qué no? Esto en sí mismo da para otra entrada, ya lo retomaré.

Pero aquí subyace otra cuestión más importante: ¿por qué hasta mi divorcio no tuve tiempo para mí? ¿Por qué asumía que el niño era más responsabilidad mía que de su padre? Yo, moderna y feminista, solo reivindicaba algún momento para echarme la siesta y alguna caña esporádica con amigas. Si quería hacer más cosas sin el niño mi marido sabía perfectamente cómo hacerme sentir culpable. Y yo misma creía que no necesitaba nada más que estar con mi bebé a todas horas. Hasta que no tuve que alejarme de él por obligación, no pensé en mí como mujer, sino solamente como madre. Espero no cometer otra vez este error en mi nueva andadura.

Volviendo a lo que estaba, os confesaré que tardé un tiempo en volver a ligotear. Por un lado no me apetecía (con lo que una ha sido, ay...), y por otro lado la maternidad y los malos hábitos me habían encerrado en un cuerpo de matrona digamos poco atractivo. Además se me ocurrió dejarme el pelo muy corto llevando mechas, craso error. Me sentía fea, en general, y los espejos me daban la razón. Medio año después de separarme desteté a Leo y todo fue diferente. Mis hormonas cambiaron de bando y me obligaron a revisar mi armario y mis aspiraciones. Un luminoso viaje a Sevilla abrió la temporada, sin entrar en más detalles. Solo diré que empecé a verme a mí misma con mejores ojos.

Fueron meses de mucho trabajo, meses para reforzar nuevas amistades y añorar a las viejas, meses de discutir por la pensión con amenazas de custodia compartida, meses llenos de tardes de colegio y noches de gintonics, meses en los que reaprender a disfrutar del sexo esporádico y de soñar alguna que otra vez con el amor.

Lo más difícil para mí fue el primer verano. Estar un mes sin el niño (15 y 15 días) fue horrible, pero aún peor fue pasar todas mis vacaciones con él, sin otra compañía adulta que te releve para irte a dar un chapuzón. Imagino que con dinero, chufletes. Podría haberme ido a un crucero de singles, o a un resort con animación infantil. Como yo no tenía un duro me tocó ir al pueblo. Allí se puede estar muy bien si tienes algo de ayuda, pero no era mi caso. Mi padre se había puesto enfermo y mi madre, mi canguro principal, tenía ocupaciones más importantes que cuidar a su nieto para que yo descansara. Esto lo digo por si alguna se está animando a divorciarse con esto que escribo, porque también tiene alguna desventaja.

Hacía un año de mi separación. Cada pequeña discusión con mi exmarido me reforzaba en la idea de que había hecho lo correcto. Por mucho que una se canse criando a un hijo sola, aguantar un matrimonio solo por la compañía es un error garrafal. Y cuando ya creía que mi vida estaba bien como estaba, con algún que otro amante cada 15 días, conocí a Andrés y me enamoré. Cuando él me dijo que también podíamos quedar los fines de semana en los que tenía a Leo se abrió ante mí una nueva dimensión. Y cuando lo vi jugando con mi hijo, siendo tan cariñoso con él como lo era conmigo, me enamoré otra vez. Pocos meses después ya vivía con nosotros. Leo perdió una madre en exclusiva pero ganó un padre putativo genial.

Entre tanto, mi padre moría de un cáncer terminal. Estos trances te muestran quién te quiere y quién no, y te enseñan que cualquier día puede ser el último, así que carpe diem. Un mes después de enterrarlo, anidó en mi útero el pequeño cigoto de Gabriel, un bebé que mi padre no conocerá, pero que ya desde la tripa le ha aliviado el luto a mi madre. Un diminuto arcángel que nos anuncia que hay que mirar hacia delante, que nos recuerda que es una suerte estar vivos y que demuestra que los estúpidos sueños de familia Ikea a veces se cumplen. Aunque sea a la segunda.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...