miércoles, 28 de julio de 2010

No reblar


Con este artículo quiero sumarme a la Fiesta Bloguera de la Lactancia que organiza la web Familia Libre, un portal que acabo de descubrir gracias a Nat, de patucosypatas.

Lo he titulado "No reblar", porque es una expresión aragonesa que define muy bien mi experiencia con la lactancia. "Reblar" significa "retroceder", y cuando se pone en negativo tiene la connotación de "no rendirse". Hoy, con Leo (19 meses ya) enganchado a la teta mientras escribo esta entrada, puedo afirmar que no me he rendido ante la adversidad.

Durante mi embarazo, e incluso antes, me imaginaba a mí misma dando el pecho a un bebé pequeñito.  "Si puedo, le daré teta", pensaba. "Y si no, pues nada, biberón". Tenía muy claro que lo iba a intentar, pero no sabía si lo iba a conseguir. Estaba tranquila porque jugaba con red, con la tan bien publicitada red del biberón. Si fracasaba, vendría a rescatarme Nutribén. Pero ¿por qué no iba a poder? Ese sentimiento de incapacidad lo tenemos muy inculcado, como si para dar el pecho hubiera que estudiar Ingeniería y aprobar unas oposiciones.

Llegó el momento de la verdad y Leo nació por cesárea. Primer chasco. No me lo pusieron encima, se lo llevaron corriendo a hacerle pruebas y pasé su primera hora de vida en recuperación sin tripa y sin bebé. No pude comprobar eso que había leído de que en los primeros minutos los bebés saben agarrarse al pecho por instinto.

Cuando por fin me lo trajeron a la habitación, yo no sabía qué hacer con una cosita tan pequeña y frágil. ¡Un bebé! Si no sé cogerlo... Los puntos de la cesárea no ayudaron mucho en esos momentos.

Los primeros acercamientos a la teta fueron complicados. Leo cabeceaba, como diciendo no, cada vez que veía venir hacia él un pezón gigante. "Yo con esto no quiero saber nada", parece que decía. La depresión hormonal colabora para que te sientas una completa inútil. Las constantes visitas en la diminuta habitación compartida tampoco ayudan a conectar con tu bebé. Y a esto hay que sumarle el calor del demonio que hacía en ese hospital a finales de diciembre. ¡Se me escurría el niño de tanto que sudábamos!

Tres días de intentos fallidos después, sin apenas subida de leche a causa de la cesárea, te vienen con el biberón. El niño ha perdido mucho peso y no te lo piensas. Tiene que comer algo. Pero no se me da bien resignarme, así que me trajeron un sacaleches y ahí que me puse a ordeñarme a ver si sacaba algo. ¡Milagro! De mis pechos salía leche, poca pero suficiente. El niño no cogía el pecho, pero si el biberón, así que le empezamos a dar primero el biberón con mi leche y después le ofrecíamos la fórmula, que casi nunca quería. Fue nuestro primer éxito, casi a escondidas de las enfermeras que puntualmente traían el bibe de leche en polvo.

En esos días apareció por nuestra habitación la Sargento Lactancia. Una matrona que venía a pasar revista y a ver si éramos buenas madres que amamantaban a sus bebés. A mi compañera, una chica majísima que había empezado a ponerse pezoneras de silicona porque su hijo era un campeón de la succión, la puso de vuelta y media. Que si las pezoneras eran un instrumento del demonio, que se le retiraría la leche... No sé si tenía razón, pero lo que está claro es que los métodos dictatoriales no son lo ideal para animar a una recién parida. Luego me tocó el turno a mí. Se horrorizó cuando vio que habíamos empezado con los biberones. Según ella, el pediatra no tenía ni idea. Se calmó un poco cuando supo que le dábamos leche materna, pero me trató con un paternalismo odioso. Si es tan fácil colocar al niño... Mira, se pone así. Clis, clas, y Leo empezó a mamar.  

Nuevo milagro, que se desvaneció cuando intenté hacerlo yo sola. A ver, cómo era... El brazo así, su cabeza aquí... Y nada. El bebé otra vez a decir que no. La frustración fue terrible. Si me lo colocaban las enfermeras Leo mamaba, si no, naranjas de la China. Definitivamente, yo era una inútil

Hasta que la última noche, la quinta gracias a la cesárea, una nueva matrona se convirtió en mi hada madrina. Yo andaba desesperada por que mamara un  poco, con unas tetas enormes y duras como piedras (la leche subió al fin). De madrugada, me fui al control de enfermeras a ver si me dejaban usar el sacaleches oficial, más potente, para ordeñarme cual vaca frisona. La matrona-madrina me quitó la idea de la cabeza y vino a la habitación A ENSEÑARME de verdad a dar el pecho. Me dijo que para empezar se lo diera tumbada y no sentada, que era más fácil acertar. Dicho y hecho. Aprendí a colocar a Leo para que cogiera el pecho. El alivio fue monumental, por el logro en sí de la lactancia y por el vaciado lácteo. Le estoy infinitamente agradecida a mi hada matrona.

A partir de ese momento todo fue mucho mejor. El niño comía, engordaba... La paz de mi casa también ayudó. ¡Lactancia materna a demanda! Y todo porque no reblé.

El único problema que tuve en esos primeros meses fue el exceso de leche. El llamado reflejo de eyección, la salida del chorro en sí, era exagerado. El niño se atragantaba y además le hacía daño en la tripa, porque a veces se estiraba como con un retortijón. Estuve investigando y descubrí que la primera leche que sale tiene más azúcar (lactosa), y que puede molestar al bebé. Así que empecé a darle un pecho solo en cada toma. De este modo llegaba hasta la grasa y tomaba menos lactosa. Pero no sabía si estaba haciendo lo correcto y me reconcomían las dudas. Decidí llamar a la Asociación Vía Láctea, donde una mujer me dio fuerzas para continuar.

No reblé, y cuando me incorporé al trabajo tenía clarísimo que seguiría dando el pecho. Con la reducción de jornada fue fácil. Empecé sacándome leche, para que mi marido le diese con jeringuilla o con biberón. Pero Leo sólo quería beber del envase original, y se pasaba la tarde en ayunas esperando a mamá-teta. Ni que decir tiene que se me abalanzaba en cuanto entraba por la puerta.

Después tuve que luchar contra el entorno. Hace unos meses, los comentarios de "aúuun le das el pecho", "vaya vicio tiene este crío", "hasta que no se vaya a la mili no te lo quitas de ahí" me hacían mella. No tenía dudas sobre la lactancia, pero me sentía incomprendida. Cuando tus amigas con hijos que no dan el pecho pueden salir a emborracharse, tú te quedas en casa con tu hijo. "¿Por qué no lo destetas y así sales por ahí?". ¡Pero si tiene 8 meses! ¡Me necesita! Nadie comprende que no es sólo por el pecho, que es una opción de crianza que escojo porque me da la gana y que soy muy feliz en casa con Leo. Además todo llega, y ahora empiezo a ir a algún concierto por la noche.

No reblé ante la opinión mayoritaria y en estos momentos me resbalan los comentarios de la gente. He conocido a madres como yo y estoy muy a gusto con mi hijo y conmigo misma. Le daré el pecho hasta que Leo quiera o hasta que me canse. Porque es lo mejor para él.

Así que mi consejo para las madres recientes e incluso para las que lo serán algún día es:

¡NO REBLÉIS!

Merece la pena.

8 comentarios:

Nat dijo...

Gracias por citarme!! Si que los inicios son duros. Yo entiendo muy bien las mujeres que te explican que no pudieron darle pecho o que lo dejaron los primeros meses. Si no encuentras los apoyos necesarios, con el baile hormonal y todo ¡¡es tan duro!! Nos seguimos leyendo.

Ileana Medina dijo...

Qué buena esta entrada.

No paro de leer historias, y no salgo de mi asombro, de cómo es posible que en nuestra cultura haya tantos obstáculos para poder hacer algo aparentemente tan sencillo.

Y cuando al fin lo has logrado y al fin el bebé y tú empezáis a disfrutar, entonces la gente comienza a decirte que cuándo lo vas a destetar.

Qué tremendo. Lo único que anima es el PREMIO TAN GRANDE QUE HAY AL FINAL DEL TÚNEL.

Un abrazo muy grande de otra madre rebelde, gracias por pasarte por mi blog, y gracias por sumarte a la revolución maternal!!!

Patricia dijo...

Yo también lo entiendo Nat!Pero cómo ha merecido la pena!

Noemi dijo...

Ala, otra que no rebló...
3 añicos de teta, con un trabajo que nos separaba días y muuuuucha cabezoneria!

MeGustaSerMama dijo...

Enhorabuena. No reblaste y supiste o pudiste encontra ayuda. EL mayor problema yo creo que es que en ese momento de dudas, inseguridad, cansancio y vulnerabilidad no tenemos ayuda; o a veces sí, pero de gente que no sabe o no quiere saber.

Anónimo dijo...

Que bueno una historia con final feliz!! a mi me hubiera gustado seguir amamantando más tiempo pero mi bebé empezó a rechazar la teta a los nueve meses, supongo que fue porque entre estudio y trabajo estabamos muchas horas lejos, yo cada vez tenia menos leche y a el le costaba mas sacar algo. Termine dejando el trabajo para poder quedarme con él. Ahora tiene un año y dos meses, cada tanto vuelvo a insistir para que tome ya que todavia tengo leche, pero no hay caso.

Ileana Medina dijo...

Te cité en este artículo, cuando todavía estabas de vacaciones ;-)

http://www.tenemostetas.com/2010/08/nos-necesitamos-unas-otras.html

Un abrazo!!!

preparandoOPE dijo...

Pero, al final todo salió bien!! Yo recuerdo que los días en el hospital fueron horribles, mi peque no empezó a mamar bien hasta que llegamos a casa.

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