miércoles, 23 de febrero de 2011

Un parto de ensueño



El mío ha sido un parto de ensueño, literalmente. Esta noche he soñado que volvía a dar a luz (no recuerdo el embarazo) y que era una maravilla.
 Estaba como en una sala con otras parturientas, pero estaba vestida. Con vaqueros, para más datos. Entonces venía una matrona a preguntar qué tal íbamos con la dilatación. Yo me miraba la entrepierna y allí, a través de los vaqueros, se veía claramente que mi vagina era ya como la boca del metro (insisto, a través del pantalón).

Así que me ponía a empujar, ya desnuda. No sentía ningún dolor. Era incluso agradable. Como cuando haces de vientre y te quedas a gusto. Era consciente de los movimientos de mi útero, y guiaba al bebé hacia abajo. En pocos minutos, ya había dado a luz y me encontraba tan bien que me ponía de pie y me iba a casa con el niño.

Bueno, lo del niño es un decir. Porque al principio era como una mosquitilla, de esas que salen en la fruta. Pero a mí no me daba asco, que conste. Era mi bebé. Creo que le daba el pecho y todo.

Poco a poco, el insectillo crecía y se convertía en un bebé normal. No tengo ni idea de lo que puede significar el asunto del bicho, la verdad.

Todo lo demás sí creo saber a qué se debe. Anoche, justo antes de dormir, estaba yo leyendo unos interesantísimos artículos de Casilda Rodrigáñez sobre maternidad y sexualidad. Contaba Casilda que los partos son ahora dolorosos porque nuestros úteros están rígidos. No conocemos nuestro cuerpo, lo ignoramos desde hace siglos. Por eso he soñado con un parto como debería ser (salvo por los vaqueros): una madre tranquila, consciente de su cuerpo, que deja fluir las hormonas y que da a luz con la misma facilidad que otros mamíferos.

Además, varias compañeras han sido mamás estos días, y ver tantas fotos de bebés pequeñitos y preciosos también sugestiona bastante.

El caso es que me he despertado con el instinto maternal por las nubes. Agárrate, marido, que vienen curvas. Sólo espero que mi próximo parto se parezca menos al primero (inne-cesárea) y un poco más al de mis sueños. Sin vaqueros y sin mosquitillos, a poder ser...

PD: Mamá, si lees esto no te emociones demasiado. Creo que esperaremos al verano.

viernes, 18 de febrero de 2011

¡Mi primer premio!


Al final va a ser verdad que todo es vanidad, jejeje... ¿A quién no le gustan los premios? Éste, el primero, me lo ha entregado Yasmin de Aprendiendo de Adrián y Gael. Muchísimas gracias. Las dos nos hemos descubierto mutuamente en la blogosfera maternal, que parece no tener fin. ¡Somos legión!

Me encanta este premio porque además consiste en elegir 5 libros que me hayan gustado. Quienes me conozcan sabrán que es una tarea complicada, porque soy como una bulímica de la lectura (con mis respetos para las bulímicas). Me los trago sin talento, dejo de hacer otras cosas "importantes" por coger un libro, de pequeña incluso me escondía para leer en lugar de estudiar.

Con los años me he vuelto un poco más sibarita, y si uno no me engancha en las primeras páginas lo abandono para más adelante... o para siempre. Hay demasiados libros buenos esperando como para perder el tiempo con los malos. Desde que soy mamá, siempre tengo alguno a mano sobre crianza, pero de éstos no voy a hablar aquí. (Para más información sobre mi "fiebre" con los libros de crianza, ver post de "Doña Quijota").

Si no se me olvida, escribiré otro post con los libros que me han marcado desde pequeña, porque también me gustaría compartirlo (Los cinco, María Gripe, Agatha Christie, Stephen King...) Para este premio prefiero recomendar los libros que más me han gustado últimamente.


1.- La carretera, de Cormac McCarthy. Un mundo apocalíptico, descarnado y gris. Un padre que ama y protege a su hijo. Una prosa adictiva.






2.- El secreto de la Diosa, de Lorenzo Mediano. Revive la época "dorada" del Matriarcado, cuando todo funcionaba tan estupendamente. Pero los hombres, claro está, se aburren cuidando cabras y la lían parda. Conquistan el poder, instauran el Patriarcado y hasta hoy. Así nos va. Sexo, violencia, amor, grandes personajes y un misterio que ójala no se hubiera descubierto. Que conste que el autor no es feminista, no hay moralejas.

 3.- La voz dormida, de Dulce Chacón. Una emocionante novela sobre las mujeres que perdieron la Guerra Civil. Su vida (o muerte) en la cárcel, las penurias, la lucha... Una lección de historia y de humanidad.




4.- Millenium, de Stieg Larsson. No podía olvidarme de la saga que mejores momentos me ha deparado en los últimos años. Soy la fan "number one" de Lisbeth Salander. Se dice por ahí que se va a publicar un cuarto libro póstumo, qué ganas mmmmm.... La novela negra me gusta cada vez más y los suecos la bordan. Será por los permisos de maternidad...





5.- Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Aunque suene a tópico, es el mejor libro que he leído en toda mi vida. Nadie como él para hacer cotidiano lo extraordinario. Úrsula, Amaranta, Remedios... Las mujeres de Macondo son seres de otro planeta literario, no se pueden comparar con nada. Si alguien no se lo ha leído, está de enhorabuena. Todavía es "virgen" y puede disfrutar de ese primer encuentro con Gabo.

Ahora tengo que conceder a mi vez este premio a otros 5 blogs. Otro dilema. Empiezo por algunos de los que acabo de descubrir:





miércoles, 16 de febrero de 2011

Comando anti teta

Hoy quiero compartir y denunciar una situación que me relataron ayer. Un compañero estaba el otro día en un centro comercial de Zaragoza, en Gran Casa, cuando vio cómo un segurata reconvenía a una madre que estaba dando el pecho a su bebé en una zona de descanso. Me parece que en este centro hay sala de lactancia, y tal vez la estaba enviando allí. Pero es que esas salas están para las madres que quieren retirarse a dar teta tranquilamente, lejos del mundanal ruido. No funciona al revés, no son espacios donde recluir a las mujeres para que nadie se moleste al verles las tetas.

Yo nunca he entrado en ninguna sala de éstas. No me ha hecho falta, porque afortunadamente no tengo pudor (odiosa palabra inventada por el patriarcado). Yo me saco la teta cuando mi hijo la pide, o directamente me la saca él sin cortarse un pelo. Así esté en el supermercado, en el parque, en el autobús, en un museo o en un bar de tapas. Se la he dado en un avión, en un tren, en un teleférico... sentada en una repisa, sentada en un bordillo, y de pie mientras camino con él en brazos.

La mayoría de la gente no me mira mal, aunque sí se extrañan de ver a un niño TAAAN mayor tomando teta. Pero en general, el ciudadano de a pie me sonríe con complicidad cuando me ve de esta guisa. También hay algunos señores que miran con demasiada complicidad, qué le vamos a hacer. Si se quieren hacer una paja a mi salud, que les aproveche. El vicio está siempre en los ojos del que mira y es algo que no se puede evitar. Si estos guarros vieran tetas por todas partes, si todas las madres alimentaran así a sus hijos como es natural, o bien les daría un síncope porque no darían abasto (guay) o bien les dejaría de excitar (mejor todavía).

Pero los peores son los puritanos, casi siempre en forma de señora algo mayor y con teñido caro. Ésas te miran como si no te vieran, o cabecean, o murmuran con su amiga Puri mientras untan la porra en el chocolate. Esas marujas de carne acartonada, como dice Casilda Rodrigáñez, a las que no han tocado sus maridos hace muuucho mucho tiempo, que no recuerdan o no conocen el placer de amamantar, que por muchas cremas caras que se unten en el cuerpo ya no lo despiertan más. Ésas son las peores.

Ésas son las que avisan al puto segurata de Gran Casa de que hay una indecente con la teta fuera. O peor aún, lo dicen como haciendo una buena obra: dígale a la señorita que hay salas de lactancia donde no la molestará nadie (subtítulo: donde no nos molestará a nadie con su falta de pudor y su sexualidad plena).

Y por supuesto, me dan por saco los seguratas que se piensan guardias civiles y se creen con autoridad para decirle a una madre que no puede alimentar a su hijo cómo y dónde quiera. No sé si es política de Gran Casa o política de segurata inepto, pero no me quedan muchas ganas de volver por ese centro comercial. Aunque creo que sí volveré, y me sacaré la teta en las mismas narices de cada segurata que vea. A ver si alguno tiene los santos huevos de decirme algo. segurata

No respondo, os lo juro. Si algún día me echan de algún lado por dar el pecho, yo no sé lo que hago. Así de pronto se me ocurren varias opciones:

A: Irme avergonzada y sentirme fatal (va a ser que no...)

B: Pedir civilizadamente que me dejen el libro de reclamaciones, hablar con los responsables y hacer una campaña en internet para que no vaya nadie a ese sitio. (parece la opción más razonable, pero...)

C: Disparar un chorro de leche tetil a la jeta del segurata y reirme como los malos de las películas (ésta la podría haber hecho hace unos meses, porque ya no me sale a chorro)

D: Gritar "¡Socorro! ¡Este señor (el segurata) ha intentado meterle mano a mi hijo!

E: Dejarle el niño al abuelo de al lado y darle una paliza memorable al segurata, golpeándolo únicamente con mis pechos. Me lo imagino en plan Kill Bill by a mother.

Bueno, creo que ya se me ha ido la pinza bastante. ¿Qué opción creéis que escogería yo? ¿Y qué hariáis vosotras en esa situación?

miércoles, 9 de febrero de 2011

Fetichismo

Leo es un poco fetichista. Adora mis pies.

Como estamos en invierno, no me quito los calcetines hasta que me echo a la cama. Sobre todo porque aún no ha aparecido una de mis zapatillas de andar por casa (desde hace un mes; ¿dónde la habrá metido el crío?) y voy con chancletas. Pero de vez en cuando, Leo reclama su pie amigo. Me quita el calcetín y se lleva menuda alegría. ¡Síiiii! ¡Sigue estando ahí!

- ¡Hola pie!

Todos los deditos se mueven para devolver el saludo, y Leo abraza a su querido pie con una efusividad que casi me da envidia. Lo toca con suavidad, se tumba en el suelo para mirarlo "cara a cara" o "cara a pie" y le habla. Es un ente independiente de mamá (igual que mis tetas) y tiene "largas" conversaciones con él. Después intenta llevárselo para jugar en otro sitio, sin darse cuenta de que mamá está pegada a su pie. Así que ahí voy yo a la pata coja por la casa, con Leo llevando a su amigo a rastras. Cuando se cansa de jugar con él, le da otro abrazo sonriente (es cuando pone cara de tierno) y se despide:

- ¡Aiós pie!

Me pongo el calcetín y hasta la próxima.

La verdad es que me hace mucha gracia todo esta adoración hacia mi extremidad. Sobre todo, porque mi madre y mi marido siempre me dicen que tengo los pies muy feos. Por supuesto que no es verdad, son ellos los que los tienen horrorosos. Yo sólo los tengo raros. Son largos y estrechos como una baguette, mientras que los dedos son regordetes, como infantiles.

Mi hijo nunca se acerca a los pies de su padre ni a los de su abuela. Sólo le gustan los míos, los de mamá. Y como todo el mundo sabe, los niños dicen siempre la verdad.

martes, 1 de febrero de 2011

En cuanto le quito el ojo de encima...

Hola de nuevo a todos. Disculpadme por este largo periodo blog off. He tenido mucho trabajo, y después mucha vagancia, y entre medio un niño cada vez más travieso. No tenía ganas de filosofar, no estoy en esa onda en estos momentos. Pero me apetece escribir algo ligerito. He decidido inaugurar una sección (qué pomposo queda, ¿verdad?) en la que quepan todas las trastadas que me hace Leo.
El título creo que se explica solo "En cuanto le quito el ojo de encima". Y para inaugurar este tema, os voy a contar brevemente el episodido del Cola Cao.

LEO Y EL COLA CAO

- Lalaralala...

Estaba yo tan contenta haciendo la comida, sin nadie que intentara tocar los fuegos o remover el aceite hirviendo, que no me paré a pensar en el por qué de ese sosiego tan poco habitual. Entonces veo que Leo llega muy afanoso a la cocina, abre el armario de los desayunos (la seguridad en las puertas es un timo) y coge varias cosas para llevárselas al salón.

Pensé: "este chico me está vaciando el armario y luego tendré que recogerlo todo". Porque, como a todos los niños, le encanta sacarlo todo de donde sea y "ordenarlo" a su manera. Y ese ratico lo pasa de lo más entretenido. Por eso, decidí que más valía tranquilidad en mano que orden volando, y le dejé hacer.
Previsoramente, le requisé el bote del Cola Cao y le dejé llevarse otros cacharros más inofensivos. Pero -craso error- volví a dejar el dichoso Cola Cao en el mismo armario, a su alcance, pensando en que mi autoridad era suficiente para disuadirle de lo que se había propuesto.

- Lalarala...

Seguí a lo mío, y me abstraje en mi universo de salchichas con setas. Leo también siguió a lo suyo, y ni siquiera lo vi cuando volvió a la cocina y se llevó el maldito Cola Cao.

Cuando por fin apagué los fuegos y respiré en paz -"he conseguido hacer la comida a tiempo"- volví a ser consciente de lo callado que estaba mi hijo, y empecé a sospechar que algo grave se estaba fraguando en mi salón. No me dio tiempo a llegar, porque vino Leo corriendo a avisarme.

- Mami, mami (tono zalamero, cuando sabe que la ha pifiado)...

Iba hecho un Ecce Homo, cubierto de polvo de chocolate de la cabeza a los pies. Y como no le gusta ir tan sucio, venía para que lo limpiara. Entonces me asomé al salón y vi un panorama que, fuera de la playa, resulta desolador. Cubos, platos y todo tipo de juguetes con posibilidad de hacer de recipiente llenos del puto Cola Cao. La mesa del salón y el suelo, como después de tirar un tabique.

- ¡Arrghhhh!

Por supuesto, le eché la bronca. Y por descontado, la culpa fue mía, por dejar a su alcance materiales tan interesantes como el cacao en polvo.
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