sábado, 31 de julio de 2010

Cerrado por vacaciones

Como se puede intuir en el original título de esta entrada ¡estoy de vacaciones! Y me las voy a tomar muy en serio, porque el descanso es un derecho fundamental del ser humano en general y de las madres trabajadoras en particular.

Para alegría de mi marido y de mi hijo, voy a cerrar el chiringuito bloguero hasta que vuelva de la playa por lo menos. Les quiero dedicar toda mi atención y los blogs son geniales pero muy absorbentes.

Además. tengo muy abandonada la lectura (de libros físicos) y he de recuperar el tiempo perdido. ¡Hay muchas novelas esperándome!

Por otro lado, no creo que en verano la gente tenga mucho tiempo para andar leyendo andanzas ajenas.

Así que me despido. Seguro que a la vuelta tengo material de sobra para hablar de conciliación, reparto de responsabilidades, rabietas infantiles, conflictos generacionales (nos vamos con mis padres) y demás asuntos propios de la época estival.

Un beso a todos los que lean esto. Nos vemos en septiembre o tal vez antes, si no me puedo resistir...

miércoles, 28 de julio de 2010

No reblar


Con este artículo quiero sumarme a la Fiesta Bloguera de la Lactancia que organiza la web Familia Libre, un portal que acabo de descubrir gracias a Nat, de patucosypatas.

Lo he titulado "No reblar", porque es una expresión aragonesa que define muy bien mi experiencia con la lactancia. "Reblar" significa "retroceder", y cuando se pone en negativo tiene la connotación de "no rendirse". Hoy, con Leo (19 meses ya) enganchado a la teta mientras escribo esta entrada, puedo afirmar que no me he rendido ante la adversidad.

Durante mi embarazo, e incluso antes, me imaginaba a mí misma dando el pecho a un bebé pequeñito.  "Si puedo, le daré teta", pensaba. "Y si no, pues nada, biberón". Tenía muy claro que lo iba a intentar, pero no sabía si lo iba a conseguir. Estaba tranquila porque jugaba con red, con la tan bien publicitada red del biberón. Si fracasaba, vendría a rescatarme Nutribén. Pero ¿por qué no iba a poder? Ese sentimiento de incapacidad lo tenemos muy inculcado, como si para dar el pecho hubiera que estudiar Ingeniería y aprobar unas oposiciones.

Llegó el momento de la verdad y Leo nació por cesárea. Primer chasco. No me lo pusieron encima, se lo llevaron corriendo a hacerle pruebas y pasé su primera hora de vida en recuperación sin tripa y sin bebé. No pude comprobar eso que había leído de que en los primeros minutos los bebés saben agarrarse al pecho por instinto.

Cuando por fin me lo trajeron a la habitación, yo no sabía qué hacer con una cosita tan pequeña y frágil. ¡Un bebé! Si no sé cogerlo... Los puntos de la cesárea no ayudaron mucho en esos momentos.

Los primeros acercamientos a la teta fueron complicados. Leo cabeceaba, como diciendo no, cada vez que veía venir hacia él un pezón gigante. "Yo con esto no quiero saber nada", parece que decía. La depresión hormonal colabora para que te sientas una completa inútil. Las constantes visitas en la diminuta habitación compartida tampoco ayudan a conectar con tu bebé. Y a esto hay que sumarle el calor del demonio que hacía en ese hospital a finales de diciembre. ¡Se me escurría el niño de tanto que sudábamos!

Tres días de intentos fallidos después, sin apenas subida de leche a causa de la cesárea, te vienen con el biberón. El niño ha perdido mucho peso y no te lo piensas. Tiene que comer algo. Pero no se me da bien resignarme, así que me trajeron un sacaleches y ahí que me puse a ordeñarme a ver si sacaba algo. ¡Milagro! De mis pechos salía leche, poca pero suficiente. El niño no cogía el pecho, pero si el biberón, así que le empezamos a dar primero el biberón con mi leche y después le ofrecíamos la fórmula, que casi nunca quería. Fue nuestro primer éxito, casi a escondidas de las enfermeras que puntualmente traían el bibe de leche en polvo.

En esos días apareció por nuestra habitación la Sargento Lactancia. Una matrona que venía a pasar revista y a ver si éramos buenas madres que amamantaban a sus bebés. A mi compañera, una chica majísima que había empezado a ponerse pezoneras de silicona porque su hijo era un campeón de la succión, la puso de vuelta y media. Que si las pezoneras eran un instrumento del demonio, que se le retiraría la leche... No sé si tenía razón, pero lo que está claro es que los métodos dictatoriales no son lo ideal para animar a una recién parida. Luego me tocó el turno a mí. Se horrorizó cuando vio que habíamos empezado con los biberones. Según ella, el pediatra no tenía ni idea. Se calmó un poco cuando supo que le dábamos leche materna, pero me trató con un paternalismo odioso. Si es tan fácil colocar al niño... Mira, se pone así. Clis, clas, y Leo empezó a mamar.  

Nuevo milagro, que se desvaneció cuando intenté hacerlo yo sola. A ver, cómo era... El brazo así, su cabeza aquí... Y nada. El bebé otra vez a decir que no. La frustración fue terrible. Si me lo colocaban las enfermeras Leo mamaba, si no, naranjas de la China. Definitivamente, yo era una inútil

Hasta que la última noche, la quinta gracias a la cesárea, una nueva matrona se convirtió en mi hada madrina. Yo andaba desesperada por que mamara un  poco, con unas tetas enormes y duras como piedras (la leche subió al fin). De madrugada, me fui al control de enfermeras a ver si me dejaban usar el sacaleches oficial, más potente, para ordeñarme cual vaca frisona. La matrona-madrina me quitó la idea de la cabeza y vino a la habitación A ENSEÑARME de verdad a dar el pecho. Me dijo que para empezar se lo diera tumbada y no sentada, que era más fácil acertar. Dicho y hecho. Aprendí a colocar a Leo para que cogiera el pecho. El alivio fue monumental, por el logro en sí de la lactancia y por el vaciado lácteo. Le estoy infinitamente agradecida a mi hada matrona.

A partir de ese momento todo fue mucho mejor. El niño comía, engordaba... La paz de mi casa también ayudó. ¡Lactancia materna a demanda! Y todo porque no reblé.

El único problema que tuve en esos primeros meses fue el exceso de leche. El llamado reflejo de eyección, la salida del chorro en sí, era exagerado. El niño se atragantaba y además le hacía daño en la tripa, porque a veces se estiraba como con un retortijón. Estuve investigando y descubrí que la primera leche que sale tiene más azúcar (lactosa), y que puede molestar al bebé. Así que empecé a darle un pecho solo en cada toma. De este modo llegaba hasta la grasa y tomaba menos lactosa. Pero no sabía si estaba haciendo lo correcto y me reconcomían las dudas. Decidí llamar a la Asociación Vía Láctea, donde una mujer me dio fuerzas para continuar.

No reblé, y cuando me incorporé al trabajo tenía clarísimo que seguiría dando el pecho. Con la reducción de jornada fue fácil. Empecé sacándome leche, para que mi marido le diese con jeringuilla o con biberón. Pero Leo sólo quería beber del envase original, y se pasaba la tarde en ayunas esperando a mamá-teta. Ni que decir tiene que se me abalanzaba en cuanto entraba por la puerta.

Después tuve que luchar contra el entorno. Hace unos meses, los comentarios de "aúuun le das el pecho", "vaya vicio tiene este crío", "hasta que no se vaya a la mili no te lo quitas de ahí" me hacían mella. No tenía dudas sobre la lactancia, pero me sentía incomprendida. Cuando tus amigas con hijos que no dan el pecho pueden salir a emborracharse, tú te quedas en casa con tu hijo. "¿Por qué no lo destetas y así sales por ahí?". ¡Pero si tiene 8 meses! ¡Me necesita! Nadie comprende que no es sólo por el pecho, que es una opción de crianza que escojo porque me da la gana y que soy muy feliz en casa con Leo. Además todo llega, y ahora empiezo a ir a algún concierto por la noche.

No reblé ante la opinión mayoritaria y en estos momentos me resbalan los comentarios de la gente. He conocido a madres como yo y estoy muy a gusto con mi hijo y conmigo misma. Le daré el pecho hasta que Leo quiera o hasta que me canse. Porque es lo mejor para él.

Así que mi consejo para las madres recientes e incluso para las que lo serán algún día es:

¡NO REBLÉIS!

Merece la pena.

lunes, 26 de julio de 2010

El llanto de Leo

Cuando mi hijo se echa a llorar lo hace con ganas. Es físicamente imposible ignorarlo, aunque quisiera hacerlo (que no quiero).

Lo habitual es que mamá lo consuele enseguida cuando se cae, cuando se frustra o cuando tiene sueño. La teta en esos casos es mano de santo (teta de santa, por lo tanto). No llora más de dos minutos seguidos, lo que puedo tardar en darle la vuelta a la comida o subirme las bragas si estoy haciendo pis.

Me da lo mismo si llora por un motivo razonable o no (desde el punto de vista de un adulto, claro). SIEMPRE trato de consolarle. Incluso si llora porque me he enfadado con él porque, por ejemplo, ha tirado el DVD al suelo. En esos casos le hago ver que estoy disgustada, pero no le dejo llorar.

Hay veces que resulta un poco desesperante. Se levanta cruzado y pide todo lo que sabe que no le puedes dar: el cuchillo, el vaso de cristal, el detergente; quiere tirar objetos al váter, apagarme el ordenador, trepar a la mesa, escachar las galletas por el suelo... Si no le dejas (obviamente) se pone a berrear, y así se puede pasar toda la tarde: petición imposible- NO- choto... Pero también en estos casos, con la paciencia al límite, le cojo en brazos cada vez y lo tranquilizo.

Trato de recordar que es todavía un bebé, que no me está "tomando el pelo", que no me quiere fastidiar. Yo creo que simplemente hay días que está molesto y necesita desahogarse, como cuando yo veo una película para llorar a moco tendido o cuando tengo ganas de gresca con mi marido porque llego muy cansada a casa.

Soy su madre y no soporto verle llorar. No sólo porque resulte desagradable (que también), sino porque no quiero que sufra. Soy una blanda, dicen, me va a torear... Me da igual, señores, yo les dejo la disciplina a los militares. Los bebés y los niños LO QUE NECESITAN ES AMOR.

Hay padres que educan a sus hijos en la obediencia, para que aprendan pronto quién manda y para que descubran que la vida es frustración. Pero yo no comparto esta visión de la vida en general ni de la crianza en particular. Tal vez me equivoque, no lo sé.

Lo que tengo claro es que haré siempre todo lo que esté en mi mano para hacerle feliz. Y eso no significa darle todos los caprichos. Pero si quiere algo y no es malo para él se lo daré. Si me pide ir en brazos por la calle y tengo fuerzas para hacerlo, lo haré. Si me tira de la mano para que me siente en el suelo a jugar, dejaré el blando sofá y jugaré con él. Y siempre que mi niño llore lo consolaré.

viernes, 23 de julio de 2010

Despertares

Soy una afortunada, porque todas las mañanas disfruto de unos instantes de absoluta felicidad junto a Leo.

El niño duerme conmigo en la cama grande. Sí, confieso que practicamos esa extraña costumbre habitual en el 97% de los hogares del mundo: el colecho.

Se despierta varias veces a mamar, pero apenas necesita abrir los ojos para encontrar la teta. Sí, también he de confesar que aún le doy de mamar con 18 meses. La OMS recomienda hasta los 2 años COMO MÍNIMO, así que no os extrañéis tanto.

El caso es que da mucho gustico dormir con Leo al lado, por amor y por comodidad. Sí, confieso además que soy de natural vago, y que lo echo en mi cama para no tenerme que levantar hasta su cuarto en mitad de la noche.

La tranquilidad de tenerlo cerca, de olerlo, tiene algo de primitivo, de animal, que me permite dormir a pierna suelta sin temor a que lo devoren las fieras.

Pero lo mejor viene por las mañanas, cuando Leo se cansa de dormir y decide que ya es hora de despertarse. Pueden ser las ocho, las nueve o incluso las diez.  Nunca miro el reloj, porque no tengo prisa. Aquí debo confesar que soy una de esas trabajadoras que han decidido acogerse a las medidas de conciliación que ya existen, en lugar de sufrir por las que debería haber. Me he reducido la jornada y trabajo 5 horas por la tarde. No necesito llevarlo a la guardería ni con los abuelos ni hacerle madrugar. Mi nómina se ha resentido, claro está, pero despertar tranquila junto a Leo no tiene precio.

Yo siempre me hago la remolona, porque a veces cuela y Leo se duerme un ratito más. ¡Gloria bendita! Cuando él decide que ya está bien se sienta en la cama y me toca la espalda. ¡Mama! Yo contesto sin moverme: mnnssnsí. Entonces empieza a hacer el ganso: se ríe, habla, se me tira encima, pregunta por ¿papa? papa está trabajando, cariño. Le hago conquillas, nos damos besos, rodamos por la cama y hacemos el tonto los dos. Es imposible no despertarse de buen humor junto a mi hijo. Cuando cree que ya está bien, él mismo se baja de la cama, me da mis gafas y me tiende la mano para que me levante.

¡Empieza un nuevo día y tengo un subidón de felicidad!

jueves, 22 de julio de 2010

YoNOigo nada

Pelear con las compañías telefónicas siempre es frustrante y agotador, pero hacerlo con un niño pequeño revoloteando alrededor es directamente un matapersonas.

Me he pasado casi una hora al teléfono explicándole a varias señoritas de Yoigo que me han enviado un móvil sin batería (no descargado, sin la pila), lo que obviamente dificulta su utilización. Pero como no lo he reclamado en el plazo de 24 horas después de recibirlo, porque tenía mejores cosas que hacer, pues ya no hay remedio.

Y yo me pregunto, si nadie me ha informado de que existe ese plazo ¿cómo pretenden que lo sepa? ¿Por ciencia infusa?

A todo esto, Leo no paraba de llorar. Me veía discutir, no le hacía caso... Pobrecico mío, qué culpa tiene él de que me hayan estafado.

Mi intención era devolverles el móvil (la carcasa que me enviaron, vamos) y darme de baja. Pero no. Resulta que como firmé un contrato de permanencia a cambio del móvil que no puedo utilizar ahora me lo tengo que comer con patatas.

Ya he dado orden al banco para que les devuelvan los recibos a los muy malandrines, pero la mala virgen no me la quita nadie.

Así que VERDAD VERDADERA: Si tienes problemas con tu compañía telefónica, date por jodido, porque son todas igual de #%&.

lunes, 19 de julio de 2010

En el pueblo

Qué bien se está en el pueblo. El aire puro, la tranquilidad de dejar corretear al niño por donde quiera, las charradas a la fresca,...

Este fin de semana hemos estado en el pueblo de mi marido, al que he decidido volver a hablar porque el rencor no es saludable. No íbamos desde hace varios meses y nos han recibido al grito de "hombreee, ya era horica".

Es un pueblo de unos 100 habitantes, donde todo el mundo se conoce. Unas le hacen carantoñas a Leo, otros le hacen rabiar. Como está mandado. Y todo el mundo opina de todo.

Sacarte la teta en la calle principal del pueblo para alimentar a tu hijo de año y medio suscita un amplio abanico de comentarios, aunque estadísticamente debo decir que, en lo que a lactancia se refiere, entre la gente mayor he encontrado mucha más comprensión.

Los comentarios han ido desde "hija mía, qué bien haces" hasta "pero qué vicio tiene este crío". Aquí citar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud es perder el tiempo, no es cuestión de ponerse pedante. Pero la verdad es que debo estar haciéndome mayor porque ya no me molestan estos comentarios. Opiniones hay para todos los gustos y en el pueblo te las dicen a la cara, por lo menos.

Lo que sí me supera es el machismo de la mujer rural (por llamarla de algún modo). Para empezar mi suegra, que se queja de que su marido se va todo el día al bar pero luego defiende que su hijo haga lo mismo. Porque es que es llegar al pueblo y Javi ya está pifiando por irse al bar. Se aguanta las ganas porque me ve la cara de pocos amigos y tonto no es.

La escena del viernes por la noche es algo así: el niño se ha echado una mini-siesta a las nueve de la noche, así que tiene cuerda para rato. Hemos sacado las sillas a la calle y estamos a la fresca Javi, su madre, su abuela y yo, con el niño correteando por ahí. En ésas aparece la Consuelo, vecina y todo un personaje. No es mala gente, pero sí MUY cansina. Javi trata de huir:

- Pues a lo mejor me voy al bar un rato.

Mirada asesina que él decide ignorar. Así que tengo que pronunciarme en voz alta.

- Hombre, pues no me parece bien que te largues y me dejes aquí con el chico (y con todo este abuelerío, añado mentalmente).

Él recula y se vuelve a sentar, porque mi marido, al final, es buena gente.

- Chica.- interviene la Consuelo.- Deja que se vaya. ¡Pobrecico!

- Mi marido también está todo el día en el bar, no sé qué les dan.- añade mi suegra.- Anda, vete, hijo mío...

Yo no quiero ser la bruja mala del oeste, así que callo y otorgo. Javi se va prometiendo volver enseguida y me deja dos horas sola con el crío y con las abuelas.

No me enfadé demasiado, estoy acostumbrada. Pero me indigna ver cómo se siguen alentando esos comportamientos machistas. No es que a mí me apetezca ir un sitio lleno de humo a ver cómo juegan los demás al guiñote, pero ¿por qué tengo que estar yo pendiente las 24 horas del niño y su padre no? ¿Por qué a otras mujeres les parece bien este técnica de escaqueo tan habitual? ¿Por qué a nosotras nos cambia la vida y a ellos se les anima a que sigan haciendo lo mismo que de solteros? ¿Acaso es un aburrimiento estar con tu mujer y con tu hijo?

Creo que mi marido lo entiende, pero él también se enfrenta a la presión social que le insta a comportarse "como un hombre" y al final hace lo más cómodo para él. Incluso lo felicitan por cambiar un pañal, como si con eso hubiera cumplido más que suficiente. "No sé de qué te quejas, yo tuve ocho hijos y mi marido no se preocupó nunca".

Las mujeres de generaciones anteriores piensan "si ésta consigue que su marido se ocupe de los críos, es que a mí me la han colado". Pues efectivamente, señora. Se la han colado pero bien. Usted no pudo evitarlo, eran los tiempos que eran y no tuvo más remedio que copular cada vez que le apetecía a su marido, embarazarse cada año y ocuparse sola de los niños y la casa. Una putada, vamos.

Así que no me desee a mí la misma suerte. Sea solidaria conmigo, mujé, y alégrese de los derechos que estamos conquistando. O al menos no me boicotee mandando a mi marido al bar, que ya me cuesta lo mío hacerle entender cuánto le necesito.

jueves, 15 de julio de 2010

Hay días que...

Hoy hemos dormido bien y todo vuelve a brillar. Pero ayer tuve uno de esos momentos oscuros en los que tu vida te parece una pesadilla.

Dos noches atrás hizo un calor asfixiante. La vecina sorda tenía puesto Sálvame a todo volumen y sonaba igual que si hubiera una pelea multitudinaria en la calle. Así que además tuve que cerrar el balcón. Entre sudores, Leo me despertó como mínimo 10 veces. No pegué ojo, pero por la mañana me levanté con buen ánimo.

El día transcurrió sin más sobresaltos que los normales, salvo por la visita de mi suegra, que vino a quedarse un rato con el niño. Leo, que se olió que lo dejaba con la abuela- canguro, se cogió un choto de mucho cuidado. Casi no pude irme a trabajar, pobrecico mío...

Al llegar a casa de nuevo, casi por la noche, seguía de buen humor. Leo es agotador, está en plena época de rabietas y es muy trasto, pero todavía me quedaban algunas reservas de energía y pude poner en práctica todo mi arsenal de psicología positiva para serenar al niño. Incluso mi marido estaba contento e intercambiamos algunas bromas. Paz y armonía en el hogar.

Pero las horas pasan, mis párpados pesan más y más y Leo no se duerme. Casi nunca lo hace antes que su padre se vaya a dormir. Pero su papá estaba muy entretenido haciendo mil tareas de la casa perfectamente posponibles, y no hacía caso a mis ruegos para que se fuera a la cama. Cuando él está cansado, se va tranquilamente a las diez y media y aquí paz y después gloria. Pero ayer no le salía de los cojones.

Leo estaba cada vez más agotado y agotador, chillaba por cualquier cosa y a mí se me habían acabado las reservas.

Yo no espero que mi marido lo duerma, ni siquiera que lo entretenga. Ya sé que eso sería pedir demasiado.

Sólo le pedí que se fuera a la cama de una puta vez, ya ves tú qué trabajo más grande.

Pero no fue tan sencillo. Hubo bronca de por medio, niño que chilla, padre que por fin se va y madre que se derrumba. Era la una de la mañana. En cuanto su padre apagó la luz, Leo vino a mi regazo y se durmió.

Suerte que no sabe que estoy triste cuando lloro. En su bendita inocencia, se cree que me estoy riendo y se ríe conmigo.

En la oscuridad de la noche, con mis dos hombres dormidos, me sentí una desgraciada. Pero era mi cansancio infinito el que hablaba. Hoy, después de un sueño reparador, vuelvo a estar en paz con el mundo.

PD: Lo que todavía no sé es si volver a dirigirle la palabra al padre de la criatura. #€&%*{}

domingo, 11 de julio de 2010

Se alquila habitación

Se alquila habitación calentita, húmeda y oscura para una o dos personas. Amueblado y con gastos de comunidad incluidos. Periodo máximo de alojamiento, 9 meses. Después, si te he visto no me acuerdo. Precio a convenir.

Hoy quiero hablar de las madres de alquiler. Anoche vi un estupendo reportaje sobre este tema en Documentos TV y me he ido a dormir con el run run en la cabeza.

¿Habría madres de alquiler si el mundo fuese más justo, si la riqueza estuviera mejor repartida?

No lo creo. Pocas mujeres se embarazarían para otros por puro altruismo.

De hecho, la mayoría de las parejas viajan a países del Tercer Mundo en busca de la gestadora de su embrión. En el moderno Occidente no se permiten estas prácticas, aunque sí se consiente que se haga lejos de su vista.

Si está prohibido comprar niños, ¿cómo es que se pueden alquilar úteros? Imaginad que la noticia sobre la paternidad de Ricky Martin hubiese sido así:

"El cantante Ricky Martin compra dos gemelos por nosecuantitos millones de euros"

Suena mal, ¿no? Pues yo no lo veo tan diferente. Porque estos negocios se basan en que uno es rico y el otro pobre, así que el siempre manido argumento de que las madres de alquiler aceptan el trato libremente es falso.

La madre india que aparecía en el reportaje llevaba en su vientre al hijo de unos canadienses. Tenía dos hijos propios (condición sine qua non para esta "profesión"). Gracias a los 5000 euros que ganó con su primer embarazo para el Primer Mundo pudo construir su casa (muuuuy humilde) y mandar a sus hijos a un buen colegio.

La mujer contaba que lo más duro no era el embarazo, sino el desprenderse del niño después del parto. Pero es lo que hay, decía. Al menos sé que vivirá bien con una familia rica, se resignaba.

Me da igual de quién sea el embrión y su puñetera información genética. Esto se llama compraventa de niños.

Puedo entender la desesperación de los padres que, tras años de esterilidad, deciden viajar a India en busca de su hijo. Pero es que no lo adoptan. Se aprovechan de la miseria de una mujer para asegurarse un bebé biológicamente suyo, sangre de su sangre.

Es un tema controvertido, porque al fin y al cabo esta práctica hace felices a muchos padres ricos y ayuda a salir adelante a muchas familias pobres. Parece una buena simbiosis.

Pero si el mundo estuviese mejor repartido, los dólares de esos matrimonios desesperados no valdrían más que los billetes del Monopoly. Las mujeres indias, con sus necesidades básicas cubiertas, se reirían en su cara de guiris si les pidieran por favor gestar a sus hijos.

Siempre podrían encontrar alguna mujer, sin necesidad de salir de Estados Unidos, lo suficientemente avariciosa como para meterse en este jaleo. Pero les saldría bastante más caro que ahora, seguro.

El reportaje enlazaba el tema de las madres de alquiler con el tráfico de órganos. Porque en el fondo se trata de lo mismo. Ricos desesperados que recurren a los más pobres para obtener lo que quieren a golpe de talonario.

Los reporteros viajaban a la Bacora, en Filipinas, también conocida como "La isla de los que sólo tienen un riñón". Con eso lo digo todo.

Entiendo que la gente quiera tener hijos, y también que no quiera morir en la lista de espera para un trasplante. Pero no está bien coger este atajo, porque hace todavía más ancho el abismo entre pobres y ricos, entre afortunados y miserables.

El fin no siempre justifica los medios.

jueves, 8 de julio de 2010

La teta y la benemérita

Sólo quería compartir una escena bastante surrealista que viví ayer con Leo.

Como no trabajo por las mañanas, me acerqué al Cuartel de la Guardia Civil a hacer unas gestiones para el comité de seguridad y salud de mi empresa. Me planté allí con Leo vestido de la roja (¡estamos en la final!), así que el niño iba muy "todo por la patria".

Les comenté el asunto que quería tratar y me dijeron que hablara con el comandante de tráfico. El hombre, muy atento, me hizo pasar a su despacho. Leo, que había sido traumáticamente vacunado el día anterior, se puso como un loco en cuanto vio que entrábamos a un cuarto cerrado.

Así que yo me dispuse a calmarlo con lo que siempre funciona: anestesia vía tetil...

Educadamente, entre gritos y patadas de Leo, le pregunté si le importaba que le diera el pecho. Al niño, no a él. Sé por experiencia que es la mejor manera de mantenerlo quietecito y tener una conversación civilizada.

El señor comandante me dijo que mejor saliera fuera, pero yo no lo entendí bien (el niño seguía berreando) y ya estaba sacándome la teta. El hombre se puso LÍVIDO, y me insistió en que por favor lo hiciera fuera de su despacho. Amablemente, pero acojonado.

Aclarado el asunto, solté mi camisa y me dispuse a salir. El comandate respiró aliviado.

En ese momento, otro agente muy simpático entró con una caja de caramelos que consiguió calmar a Leo sin necesidad de striptease benemérito.

Todo esta escena me hizo reflexionar.

Yo no quiero imponerle a nadie la visión de mis pechos, siempre y cuando no esté en un sitio público. Respeto que el comandante no quiera que me saque la teta en su despacho. Pero el caso es que es una lástima, porque refleja el hecho de que no existe costumbre de dar el pecho en público (ni de dar el pecho en general).

Si esto fuera lo normal, lo que hiciéramos todas abiertamente, lo que viéramos desde pequeños en la calle, no le resultaría violento a nadie. Sería lo mismo que sacar un biberón o darle una galleta.

Tal vez dentro de un par de generaciones, mi nieta pueda sacarse la teta con naturalidad para alimentar a su hijo en las mismas narices de la Guardia Civil, sin que la arresten por escándalo público.

martes, 6 de julio de 2010

Sinceridad ante todo

El otro día leí en el DOMinical del Periódico una entrevista a Carmen Machi, más conocida como Aída. En ella, la actriz comentaba que le parecía curioso que siempre le ofrecieran papeles de madraza, cuando ella ni es madre ni tiene intención de serlo. Lo mejor es la sinceridad con que lo explicaba:

DOM: ¿Le ha faltado el instinto?
CARMEN: Va a quedar superfrívolo, pero creo que el tiempo que se necesita para tener y ver crecer a una criatura yo, de forma absolutamente egoísta, lo quise para mí. Y eso que adoro a los niños.

Aunque me cueste entender por qué alguien renuncia a lo que yo considero lo más maravilloso de mi vida, lo respeto profundamente. Porque Carmen es sincera y coherente, y porque me parece enriquecedor que haya gente para todo. Creo que quien quiere hijos los tiene antes o después. ¿Pero qué pasa con quien lo tiene tan claro? Seguro que a esas mujeres las atosigan constantemente: "¿Y para cuándo un bebé?".

Mujer no es igual a madre. No estamos obligadas a procrear. Por eso es tan maravillosa la maternidad, porque la escoges.

La que no desee tener hijos, que no los tenga. Veo por la calle muchas mujeres (las menos, eso sí) que llevan a sus retoños como una condena. Y es una lástima, por ellas y sobre todo por sus hijos.

Las palabras de Carmen Machi me obligan también a mí a hacer un ejercicio de contrición. No atosigaré a las mujeres que conozo para que tengan hijos. Me va a costar cumplirlo, porque esto es igual que cuando comes en un restaurante. Si te gusta especialmente el plato que has escogido, te empeñas en que lo prueben los demás comensales:

- Pero es que está muy bueno, pruébalo anda...
- No, gracias. No me gusta el pato (por ejemplo).
- Sólo un poquito, ya verás como te gusta.
- ¡Que no, coñe, que no me apetece!

Pues eso, que voy a dejar de dar el coñazo a mis amigas y compañeras. Que hagan lo que quieran.

Para hacer proselitismo de la maternidad es mucho más efectivo pasear a Leo, que es tan rico que les hace rugir el útero a todas.

¡Hay que predicar con el ejemplo!

sábado, 3 de julio de 2010

Si lo dice Punset...

Desde que Leo nació, me he dejado llevar por mi instinto. Le doy el pecho (por si alguien aún no se había enterado), lo llevo siempre en brazos, procuro calmarlo enseguida cuando llora, me he reducido la jornada para no tener que llevarlo a la guarderia... No hago estas cosas porque alguien me haya dicho que sea lo mejor para él porque, si cuenta la estadística, muchísima más gente me ha dicho que hago mal, que lo estoy malcriando.
Me da lo mismo. Mi corazón me dice que debo atender a mi hijo por encima de estos prejuicios.
Pero siempre da gustico ver cómo un señor tan listo como Eduard Punset te da la razón.
En su programa Redes analizaba recientemente el funcionamiento del cerebro del bebé. Para ello, entrevistaba a Sue Gerhardt, autora de “Why love matters” y eminente psicóloga. Esta mujer ha estudiado en profundidad la formación de las conexiones cerebrales en los niños de hasta 3 años, esa etapa preverbal en la que no sabemos qué pasa por sus cabecitas. Por lo visto, pasa mucho más de lo que creíamos.
La principal conclusión de este estudio es que hay que ocuparse más de los bebés, porque todo lo que les ocurra en esos primeros meses de vida marcará su personalidad para siempre. Su salud mental está en juego.
Sue Gerhardt afirma que los sistemas de respuesta al estrés se forman durante los dos primeros años. Cuando nos estresamos, fluye por nuestro cerebro una hormona llamada cortisol, que los bebés no pueden gestionar bien. Ellos no pueden relajarse tomando unas cañas. Necesitan a los adultos para deshacerse del cortisol. Por eso es importante no dejarles llorar "para que aprendan", porque si se estresan a menudo y no les ayudamos a calmarse tendrán problemas de conducta en el futuro. ¿Acaso no hay ahora más depresiones y más enfermedades mentales que nunca?
Una de las cuestiones que más estrés produce a todos los niños de esa edad (en Occidente) es la separación de sus padres. A los 4 ó 5 meses, muchas madres regresan al trabajo y se ven obligadas a dejar a sus hijos en manos de otras personas, habitualmente en guarderías donde hay, como máximo, un cuidador por cada 7 niños. Esto no es bueno para los bebés, porque necesitan a sus padres. Cuando les dejamos solos, ellos no saben si van a sobrevivir.
Esta psicóloga destierra el mito de la socialización en las guarderías. Asegura que a esas edades los bebés no necesitan hacer amigos, sino sentirse protegidos y amados por sus padres.
Esos bebés dependientes, pegados a la falda de sus madres, serán niños independientes en un futuro. Punset también insiste en este punto en su último libro.
¿Qué debemos hacer las madres entonces? Parece un paso atrás, quedarnos cuidando a los niños, en lugar de salir a producir como mujeres modernas.
Visto lo visto, con las guarderías ha ocurrido lo mismo que con el biberón: son un buen invento, nos da libertad a las mujeres, pero nos alejan de nuestro instinto y pueden llegar a perjudicar a nuestros hijos.
Cuando la sociedad se dé cuenta de que tener hijos es producir el bien más preciado de todos (¿quién va a pagar nuestra jubilación si no?) y de que facilitar a los padres su cuidado directo es sembrar salud y felicidad, tal vez ese día deje de fomentarse la escolarización temprana.
Con todo mi respeto hacia las educadoras profesionales:
MENOS GUARDERÍAS Y MÁS PADRES CRIANDO A SUS HIJOS, eso es lo que hace falta.
Que no lo digo yo, que lo dice Punset...
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